¿Qué debemos aprender del masivo apoyo evangélico a Bolsonaro?
Hoy responde: Valdir Steuernagell
El masivo apoyo evangélico al recién electo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, es una de las consecuencias del firme crecimiento de la población evangélica en la sociedad brasilera. Este pueblo evangélico se ha vuelto masivo y, como tal, ha pasado a desempeñar un papel de influencia en el escenario nacional y, consecuentemente, en el escenario político. Como nunca antes esto se hizo muy evidente no solo en la elección presidencial sino también en la elección de un grupo de congresistas del así llamado “Frente parlamentario evangélico”, los cuales se presentaron como teniendo “cerca de 180 parlamentarios federales que comulgan con esa visión del mundo” y que “fueron electos en los últimos comicios”.
Cuando aún era candidato, y a pesar de ser oficialmente de fe católica, Bolsonaro se identificó con la llamada “causa” evangélica y consiguió captar y entusiasmar a un significativo grupo de líderes de ese segmento quienes, por su parte, se identificaron con él y con su campaña de manera abierta y clara. Uno de los puntos centrales de esta “causa” fue la defensa de la vida intrauterina, implicando en la crítica a cualquier tentativa o reglamentación abierta de la práctica del aborto. Otro punto fue la centralidad de la familia tradicional compuesta por hombre, mujer e hijos, en crítica a cualquier intento de construcción familiar que no fuese por la heterosexualidad y que defendiera la práctica de una sexualidad y una relación homoafectiva legalmente reconocida. Es sintomático, además, cómo la agenda de un Estado mínimo y de la práctica de una economía liberal también encontró su lugar en esta “causa”. Es alarmante la manera en que anidó en ella la defensa del arma en la mano de la sociedad y la afirmación ostensiva del derecho a matar, sea por parte del Estado o en actos de defensa propia.
El resultado de las elecciones en Brasil al elegir a Jair Bolsonaro como presidente viene acompañado por señales similares en otros países de América Latina y constituye una experiencia inquietante para nuestra joven y frágil democracia. Una democracia que ciertamente carece de reformas profundas, especialmente en su expresión política, por cuanto la campaña del entonces candidato buscaba en el pasado modelos que pensábamos superados y que no proporcionaron una respuesta de ciudadanía, libertad y justicia, de las cuales tanto carecemos.
Brasil entra en un nuevo momento político y las preguntas abiertas son tantas que es difícil evitar, por un lado, una presunción despojada de realidad y, por otro lado, el temor y el miedo en cuanto a los derechos humanos y de las minorías. Poco se percibe que nuestros líderes evangélicos estén compartiendo ese temor y susto, ya que su esperanza orgullosa parece ahogar cualquier preocupación que consideraríamos proveniente de una conciencia evangélica.
Muchos de esos liderazgos parecen estar fascinados por la posibilidad de ejercer el poder y marcados por una aparente ausencia de distanciamiento crítico que permita aprender con Jesús que se debe dar al César lo que es del César, y solo eso, y a Dios lo que es de Dios, y todo eso. La invocación a Dios es nuestra prioridad y encuentra su expresión en la realidad y centralidad del Reino de Dios. Un Reino de paz, justicia y esperanza para todos, y que depende absolutamente de Dios, de su amor, de su gracia y de su promesa de vida abundante en Jesucristo. Cuando la iglesia olvida este postulado, pierde el rumbo. Nuestro tiempo está marcado por esa misma tentación; por eso, nuestra oración debe seguir siendo: “no nos dejes caer en tentación”.