La revolución de lo más simple
Hoy responde: Nicolás Panotto
Ganó Jair Bolsonaro, y con ello devino una gran incertidumbre no sólo por lo que pasará en Brasil sino en toda la región. Aunque suene paradójico, un sector mayoritario del pueblo se manifestó a través de un mecanismo democrático para elegir ser gobernados desde un discurso de odio contra lo diverso, en nombre de un orden impuesto, de un conjunto de verdades en manos de unos pocos, alimentándose de la exclusión, de la violencia, de la homofobia, del racismo, de la xenofobia.
¿Qué es lo que sucede en nuestras sociedades para exclamar con tal fuerza el ser liberados por una fuerza que lo que menos representa es redención? Sin duda, fallamos en nuestras lecturas sobre la complejidad de lo que sucede entre las veredas desparejas de la vida cotidiana en nuestras comunidades…
Buena parte de la iglesia evangélica, emisaria del Mensaje de Paz, del amor al Prójimo como médula de su fe, del compromiso hacia el excluido, colaboró en este escenario. ¿Contradicción? ¿Hipocresía? Otro gran debate que nos debemos: volver al sentido más básico de nuestra espiritualidad. Insistir en lo más elemental del Evangelio: la encarnación como entrega absoluta, el amor como apertura radical al otro, el bienestar como la manifestación del reino de Dios.
No: las cosas más básicas no están claras. Y dicha carencia dio lugar a los juegos más perversos… en nombre de Dios. La iglesia no está exenta de los conflictos que acaecen a su alrededor. Las brechas se van ampliando, y no queda otra que tomar posición. ¿De qué lado estamos?
Ganó el miedo. Ganó el prejuicio. Ganó la estigmatización. Ganó el temor a la diferencia. Ganó la imposición de lugares únicos. Hoy más que nunca necesitamos otros pensamientos, otras prácticas, otros sentidos de vida, otros sueños. Ello no devendrá de la exclamación de historias épicas o de utopías autoproclamadas. Hoy, necesitamos volcarnos a las fibras más finas que nos atraviesan: caminar lado a lado para hacer real la proximidad, acompañarnos en los zigzagueos de la vida para que el temor al movimiento inesperado no nos consuma, encontrarnos cara a cara para que la soledad no devenga en odio y egoísmo. Pensamos que estas cosas eran simplezas frente a las grandes narrativas de la revolución. Pues nos equivocamos. Allí se dejó la tierra fértil para la semilla del resentimiento. Sólo nos queda amar y comenzar desde lo más insospechado, porque sólo allí germinará la esperanza. Resistir desde el roce, desde las miradas cómplices, desde el calor de los cuerpos cercanos. Sin ello, el odio seguirá riéndose de nosotros.