Bolsonaro y la agenda conservadora
Hoy responde: Eduardo Tatángelo
La victoria de Jair Bolsonaro necesita ser analizada en el amplio contexto de la historia social y política brasileña de los últimos 30 o 40 años. Favorece la comprensión colocar dentro de ese marco mayor el apoyo brindado por muchos líderes e iglesias evangélicas a su candidatura para no distorsionar el posible significado de ese apoyo. Del análisis de este proceso electoral y de la postura de muchos evangélicos brasileños frente a él podemos extraer algunas reflexiones para la iglesia evangélica en nuestro continente.
En cuanto a comprender el resultado electoral específicamente, no se pueden soslayar cuatro elementos clave:
1- Una crisis recurrente del sistema político y de partidos brasileños, que se expresa en el presente en altos niveles de corrupción y que han arrastrado al descrédito a todas las fuerzas políticas casi por igual (el Lava Jato y más allá).
2- Una persistente desigualdad social y racial que no logró ser doblegada de manera estructural durante los gobiernos de F. H. Cardozo y del PT, aunque se evidenciaron mejoras significativas.
3- El agotamiento del sistema económico propugnado por los recientes gobiernos del PT enfocados a una agenda social activa pero con debilidades manifiestas para consolidar un ciclo de desarrollo a largo plazo.
4- El aumento significativo de la violencia social y la inseguridad, vinculadas al narcotráfico, las que han puesto en tela de juicio la capacidad del Estado para garantizar a todos los ciudadanos la paz social.
En este marco, la victoria de un líder “nuevo” que basa su liderazgo en las promesas básicas de erradicar la corrupción y pacificar las calles por medio de un Estado fuerte, con el apoyo explícito de las Fuerzas Armadas (que en Brasil conservan su prestigio) no debería sorprendernos. En esta dinámica social que acumula fastidio con una clase política venal, y frustración por los cambios estructurales para el desarrollo y la equidad social que no llegan, podemos entender – aunque no justificar – la contundente victoria de Bolsonaro en el reciente ballotage.
En este contexto, es plausible considerar que muchos evangélicos han votado a Bolsonaro más como brasileños desencantados que como evangélicos concienzudos. Sin embargo, también puede señalarse que al liderazgo evangélico le ha costado encontrar articulaciones creativas entre algunas de las preocupaciones que aparecen como específicas y, en principio, legítimas (el debate sobre la llamada “ideología de género” por caso), con un conjunto de compromisos más amplios que expresen más que la mera defensa de algunos valores, en tanto defensa de la propia identidad. Es decir, pensar y aportar a esta crisis profunda de la sociedad desde las prioridades del Reino de Dios y la necesidad humana, sin caer en respaldar agendas conservadoras in toto que en muchos casos terminan por promover la acentuación de la desigualdad, la xenofobia o la discriminación.
De manera que el “caso Bolsonaro” nos deja entrever algunos de los desafíos para el liderazgo de la iglesia evangélica en los nuevos contextos sociales que enfrenta América Latina:
1- Evitar ser instrumentalizados por representantes de la clase política, ávida de su apoyo, sosteniendo su especificidad misional y profética.
2- Evitar la mera moralización de sus preocupaciones sociales para desarrollar una visión amplia de su incidencia y responsabilidad social, incorporándose desde su perspectiva confesional en los debates sobre la crisis educativa, la violencia de género, la cobertura de los sistemas de salud, la atención a las minorías menos favorecidas, etc.
3- Asumir un compromiso con el bien común, ejerciendo una influencia favorable al fortalecimiento de los sistemas democráticos que incluya la promoción de la paz, de la justicia y de los derechos humanos.