¿Qué puede hacer una víctima de violencia conyugal?
El camino de regreso de la violencia de género es largo y difícil, pero no imposible. A punto tal, que se denominan sobrevivientes a aquellas mujeres que salieron de semejantes experiencias. Requiere de determinación y paciencia por parte de las víctimas, de apoyo por parte del entorno y de compromiso por parte de las autoridades intervinientes. Los altibajos y los sentimientos de impotencia y desorientación son comunes. Pero muchas personas lo han intentado y perseveran en el intento cada día. ¡Vale la pena!
Los principales escalones a recorrer podrían ser los siguientes:
1. Reconocer su situación. No siempre es fácil para la víctima reconocer la situación de violencia a la que está sometida. Recordemos la tendencia a «naturalizar» la violencia, particularmente cuando es una pauta no cuestionada e incorporada a la cultura. El Dr. Norman Wright, en el capítulo «El hombre abusador» de su libro Preguntas que las mujeres hacen en privado, refiere lo siguiente:
Muchas mujeres comprometidas creen que se están casando con un hombre cuidadoso y cariñoso porque actuó de esa forma durante el noviazgo, pero pronto descubren que se han casado verdaderamente con un misógino. La autora Dra. Susan Forward, sugiere que la siguiente lista sea chequeada en relación con el hombre de su vida.
-¿Reclama el derecho a controlarla en cómo usted vive y se comporta?
-¿Ha renunciado usted a actividades y personas importantes en su vida con el fin de tenerlo contento?
-¿Menosprecia sus opiniones, sus sentimientos y sus logros?
-¿Le grita, amenaza o se ensimisma enojado en silencio cuando está disgustado?
-¿Ensaya usted previamente lo que va a decir para que él no estalle?
-¿La desconcierta cambiando de «agradable» a «furioso» sin motivo aparente?
-Cuando está con él, ¿se siente a menudo confusa, sin equilibrio o incapaz?
-¿Es extremadamente celoso y posesivo?
-¿La culpa a usted por todo lo que va mal en su relación?
Si la persona ha padecido violencia en cualquiera de sus formas en su hogar de origen, debe saber que es especialmente vulnerable y que se encuentra predispuesta a repetir pautas abusivas en su propia relación de pareja, sea en el papel de agresora eventualmente, víctima la mayor parte de las veces, o ambas cosas a la vez. Durante la etapa de noviazgo es necesario atender a las primeras señales de maltrato. No se deberían pasar por alto los síntomas de abuso de cualquier tipo, pensando que el paso del tiempo o el amor que se profesan los novios alcanzará para solucionar el problema en el futuro. Es más fácil poner límites adecuados, corregir y encauzar las conductas inaceptables cuando recién comienzan a presentarse. Si el maltrato se ha instalado como forma de relación, ya sea en el noviazgo o en el matrimonio, la víctima debe dejar de lado las excusas, la justificación y la minimización de la situación, y disponerse a ver su realidad tal cual es, aunque resulte doloroso o vergonzoso para ella. Resulta muy útil llevar un registro con anotaciones, donde consten las agresiones recibidas, sean físicas o emocionales, y cuáles hayan sido los argumentos que ella misma se dio anteriormente para no hacer nada al respecto. Muchas mujeres se sorprenden cuando leen sus propias notas de otro tiempo. A veces, porque ven que nada ha cambiado con el paso del tiempo sino el aumento del maltrato. Otras veces, cuando ya están fuera de la situación, porque no pueden creer que hayan soportado tantas cosas. El registro también es una forma de percibir claramente el ciclo de violencia, repetitivo y sostenido en el tiempo, tal como se describió en otros capítulos. Sea como fuere, escribir ayuda a mantener la memoria de sucesos que no deben ser olvidados ni negados. Nos ayuda a no caer repetidamente en cosas que hicimos mal o que nos han hecho daño. Reiteradas veces Dios nos insta a «recordar» las bendiciones recibidas; otras veces, el pecado en que hemos caído en otro tiempo; otras veces, la forma maravillosa en que Dios ha obrado en nuestro favor. El nos ha diseñado con la capacidad de recordar porque la memoria bien utilizada es un mecanismo protector con que el Creador nos ha provisto. En estos casos, hasta podría ser considerado un mecanismo de supervivencia.
2. Disponerse a salir del aislamiento y pedir ayuda. Es bueno recordar, una vez más, que el silencio y el aislamiento favorecen el maltrato intrafamiliar en cualquiera de sus formas. Por lo tanto, disponerse a romper el perverso pacto de silencio es de vital importancia para comenzar el camino de salida. Es útil también volver a subrayar que la responsabilidad del maltrato no es de la víctima sino del agresor. Tener en claro esto ayudará a tratar con la vergüenza, la culpa y el sentimiento de deslealtad que suelen sentir las víctimas al descubrir ante otros la tragedia familiar. Empezar a contar a otros lo que está sucediendo dentro de las cuatro paredes del hogar es de enorme beneficio, en principio para las víctimas, pero también para quien comete maltrato, que así tendrá la oportunidad de recibir ayuda. Por otra parte, al lograr que el agresor se sienta vigilado por otros, la exposición del problema redundará en una mayor protección para la víctima, controlando o incluso frenando la violencia. De todos modos es necesario ser prudente, acudiendo a personas que resulten confiables y capaces de comprender y ayudar en estos temas.
Y hablando de confiabilidad, al pedir ayuda en el contexto religioso, es necesario tener en cuenta lo siguiente:
Una mujer que acude a un agente pastoral, estará en buenas manos con aquellas terapias que:
-La hacen sentir cómoda y segura.
-Le escuchan.
-Empatizan con ella.
-Son sensibles a lo que siente y necesita.
-Activan sistemas para protegerle.
-Ofrecen credibilidad a sus narraciones de maltrato y agresiones.
-No son paternalistas y tienen un trato igualitario.Por el contrario, no está en buenas manos con aquellas intervenciones y consejeros que
-Emiten juicios sobre su conducta.
-No creen sus relatos.
-Le hacen sentir como su pareja (abuso de poder, manipulación emocional).
-Le culpan de lo que sucede o de provocarlo.
-No estimulan su independencia.
-No comprenden el miedo y el terror de la maltratada.
-Le piden que sea paciente con el maltratador.
-Subestiman las consecuencias del maltrato.
-No le ofrecen información.
-Creen en los roles tradicionales impuestos a las mujeres.
-Le aconsejan que no denuncie al maltratador.
-Le aconsejan terapia de pareja o mediaciones (porque no están indicados para estos casos).
Es importante recurrir a ayuda profesional especializada. También la víctima puede pedir o permitir que familiares o amigos ayuden en la búsqueda de los recursos apropiados para cada situación. Recordemos que la problemática de la violencia familiar es compleja y debe ser abordada en forma integral. No es prudente que alguien que no esté debidamente protegido y respaldado formule una denuncia policial. Esta acción, muy útil en determinados momentos, puede ser peligrosa si no se han tomado los recaudos necesarios. Los centros especializados en violencia familiar que puedan existir en la comunidad brindan orientación gratuita sobre aspectos psicológicos, legales y prácticos, que son de mucha utilidad. Asimismo es importante que, si lo consiente, el hombre que ejerce maltrato también sea tratado por personal idóneo y ayudado en su recuperación.
3. Buscar protección. En los casos de violencia física grave, tanto la mujer que está expuesta a ella como sus hijos deben buscar un lugar seguro adonde irse en caso de ser necesario hacerlo. Tener una copia de la documentación más importante (escritura de la vivienda, documentos de identidad, direcciones y teléfonos importantes, etc.), llaves y algo de dinero en efectivo, son necesarios a la hora de escapar de una situación peligrosa. En estos casos no se debe temer ser acusada de abandono de hogar, argumento con el que muchos hombres «atan» a sus mujeres. El abandono de hogar no es una figura aplicable a personas que huyen para poner a salvo sus vidas y las de sus hijos.
4. Redefinir la identidad y tratar con las consecuencias del abuso sufrido. Hemos mencionado la cantidad de efectos nocivos que la violencia familiar provoca en sus protagonistas. Ahora es tiempo de curar heridas, aprender nuevos modos de relación y una nueva manera de verse a sí mismo. Sobre todo, hay que trabajar sobre la dignidad perdida y la autoestima dañada. Esto no es algo automático, sino un proceso largo y trabajoso, pero no imposible.
Recuerdo el paciente trabajo de recuperación que hizo Graciela, cuyo testimonio incluimos al final del capítulo 1 de este libro, a quien su esposo maltrató psicológicamente durante más de veinte años. Llegó a estar muy enferma de diferentes dolencias debido al estrés crónico al que estuvo sometida y sin saber exactamente qué es lo que sucedía. A dos años de haberse separado, Graciela había logrado recuperarse físicamente, pero todavía seguía luchando con su baja valoración y sentido de indignidad, a pesar de ser una mujer hermosa e inteligente. Venían a su mente las constantes afirmaciones denigrantes y descalificatorias que el esposo había pronunciado sobre ella, que por momentos parecían vencerla. Fue largo el proceso de “desintoxicación” emocional y psicológico, mientras iba desmintiendo y desestimando –una a una– las mentiras sobre su persona que había escuchado casi diariamente durante todo el tiempo que duró el matrimonio. A cambio de cada mentira pronunciada sobre su persona, había que conocer y creer una verdad que la reemplazara. Las verdades sobre su correcta identidad las fue encontrando en los parámetros sanadores de Dios. El grupo de apoyo que proveyó la iglesia más su sana espiritualidad le permitió emerger. Hoy Graciela es una mujer libre, feliz, sana. El proceso fue largo y sinuoso, pero la salida fue posible.
En este sentido, la iglesia local, como instancia restauradora, puede cumplir una función vital. Ampliaremos este aspecto en el capítulo 5.
5. Mantenerse bajo ayuda especializada, tanto en caso de ruptura matrimonial definitiva como si se decide sostener el vínculo conyugal. Decidir cortar con el ciclo de violencia no es el final; es sólo el principio de la salida del problema. Será necesario recorrer un camino de reconstrucción de la personalidad que puede requerir acompañamiento profesional.
6. Salir del lugar de víctima. Si bien diferenciamos a la víctima del victimario para tener claridad sobre la responsabilidad de la violencia, en algún momento del proceso de salida hacia la libertad es necesario ubicarse en otro rol. Quedarse en el lugar de víctima indefinidamente lleva a la paralización de la voluntad, a no asumir responsabilidades en la relación, a no hacerse cargo de la propia recuperación. En este sentido es que se necesita asumir un rol más activo de autodefensa. La ayuda externa efectiva hará posible que pueda, en forma gradual, volver a apropiarse –o también a adquirir como algo nuevo en la vida– de la capacidad de defensa y protagonismo perdida con el aprendizaje del desamparo. No se logra ni fácil ni rápidamente, pero sí se puede con la ayuda y el adecuado sostén del entorno. El correcto proceder de las personas que forman la red de contención (familia, amigos, iglesia, profesionales, autoridades) debe contribuir a empoderar a la víctima, es decir, a que pueda fortalecerse, desarrollar herramientas y confiar en sus capacidades para lograr su propio desarrollo y ejercer el poder de autodeterminación que haya perdido durante la relación de abuso. Recordemos que entre las consecuencias de sufrir maltrato se encuentra el debilitamiento progresivo de las defensas y el aumento de la impotencia.
7. Atender a los hijos. Los chicos que han sido víctimas pasivas de la violencia entre sus padres también quedan afectados y necesitan restauración. Constituyen una población vulnerable y es necesario trabajar en la instauración de modos más sanos de relación para evitar que repitan en el futuro el modelo violento aprendido. Otra vez, a través del trabajo con niños y adolescentes la iglesia puede cumplir una hermosa tarea preventiva. Además, es posible que haya que tratar con otras consecuencias: dificultades escolares, síntomas psicológicos y físicos, etc.
8. ¿Perdonar? Este será un paso ineludible hacia la sanidad. Sin embargo, hay que poner una nota de advertencia. En este caso, perdonar no implica olvidar. Las personas que son víctimas de violencia, mediante fuertes mecanismos psicológicos de defensa, tienden a «olvidar» y minimizar la situación vivida, entre otras cosas para no asumir el verdadero dolor que implica ver las cosas tal cual son. Hay que perdonar recordando. Recordar para no permitir que el maltrato se instale nuevamente, quizás de otras formas y aun de parte de otras personas. Quienes tratan con liviandad este aspecto suelen usar el perdón como un mecanismo encubridor y aparentemente «espiritual», que facilita la repetición en el tiempo de relaciones con personas violentas.
María Elena Mamarian: Rompamos el silencio, capítulo 3: Camino hacia la libertad, pp. 98-105, 3ra. edición.